Del brutalismo del mariscal Tito al Valle de los Caídos: la reivindicada arquitectura de los dictado
Bogdan Bogdanović (Belgrado, 1922- Viena, 2010) probablemente fue uno de los arquitectos europeos más importantes del siglo XX. Pero pocos conocen su nombre. Ni sus obras. El mariscal Tito, el dictador yugoslavo que estuvo en el poder desde el final de la Segunda Guerra Mundial hasta su muerte en 1980, le encargó la construcción de 20 monumentos conmemorativos contra el fascismo. Hoy, muchos de estos espacios están marginados, relegados por su vinculación con la dictadura socialista.
Monumento brutalista al levantamiento del pueblo de Kordun y Banija construido durante la Segunda Guerra Mundial por el arquitecto Veliki Petrovac en Croacia.
El caso de Bogdanović no es el único. Se podrían añadir a la lista de arquitectos de la ex-Yugoslavia en el olvido por su relación con un régimen dictatorial nombres como Juraj Neidhardt, Svetlana Kana Radević, Edward Ravinikar, Vjenceslav Richter o Milica Sterić. Todos ellos forman parte de una exposición en el MoMA (Museo de Arte Moderno) de Nueva York que habla de memoria y de justicia arquitectónica, Concrete Utopia: Architecture in Yugoslavia, 1948-1980. Esta muestra abre el debate sobre los grandes y olvidados arquitectos que colaboraron en la difusión de las dictaduras europeas, como la de Franco o Hitler.
La torre Avala TV, cerca de Belgrado. Destruida en 1999 y reconstruida en 2010. Sus arquitectos son Uglješa Bogunović y Slobodan Janjić.
La exposición que acoge el MoMA habla, a través de 400 dibujos, maquetas y fotografías de la capacidad arquitectónica de la época socialista, con ejemplos de brutalismo y experimentación constructiva desconocida aún hoy, casi tres décadas después desde la caída de la República de Yugoslavia en 1992. “La muestra excede la visión de lo público, habla de este brutalismo pop, muy reivindicado hoy en redes sociales como Instagram. Pero también es una muestra polémica, porque estos edificios se construyeron para conmemorar victorias socialistas y, tras la caída de la dictadura de Tito, se quedaron abandonados”, cuenta Iván López Munuera, comisario de exposiciones y crítico de arte y arquitectura.
Si en las últimas tres décadas muchas de estas joyas arquitectónicas fueron aniquiladas del patrimonio –hoy recuperados por el fenómeno del brutalismo en Instagram–, lo mismo pasó con esos arquitectos. Bogdanivić, por ejemplo, con la llegada del nacionalismo serbio de Slobodan Milošević, vivió como disidente en su propio país. “Esta muestra plantea cuestiones contemporáneas sobre memoria e historia, abre un debate sobre la integración de los monumentos contemporáneos en el patrimonio. Es muy trasladable a lo que está pasando en España con el Valle de los Caídos, sobre cómo los monumentos pueden contener diferentes ideologías”, explica López Munuera.
Yugoslavia, que en los años de dictadura socialista vivió en la llamada Tercera Vía –alejada de la Guerra Fría– focalizó su modernización en la mejora de la vida cotidiana de los ciudadanos con grandes propuestas de urbanismo. Aquí la arquitectura tomó un rumbo político que se materializó en grandes rascacielos, edificios con formas sorprendentes y magnos monumentos.
“Existen ejemplos como la Biblioteca Nacional de Kosovo, que tiene referencias otomanas, brutalistas –fue utilizada para los refugiados de Bosnia-Herzogovina y Croacia durante la guerra de Yugoslavia– y que realmente hoy se entiende como un monumento a las relaciones entre las diferentes identidades, que incluso fue reivindicado por Susan Sontag”, comenta el crítico de arquitectura. “Algo parecido debería hacerse con el Valle de los Caídos, no desmontarlo. Lo acertado es transformarlo en un lugar de discusión”, añade.
La Biblioteca Nacional de Kosovo, del arquitecto Andrija Mutnjakovic.
En España, tras la decisión del gobierno de exhumar los restos de Franco de su mausoleo, comienza el debate de reivindicar la figura de arquitectos adscritos a la dictadura franquista, como Pedro Muguruza y Diego Méndez –arquitectos del Valle– o Francisco de Asís Cabrero, entre otros. “Fueron una serie de arquitectos que, en edad temprana y antes de la Guerra Civil, experimentaron mucho, aunque luego se dejaron llevar por el falangismo”, cuenta David Pallol, historiador y autor de Construyendo un imperio: Guía de la Arquitectura franquista en el Madrid de la Posguerra (La Librería).
El Palacio de La Prensa y el edificio Coliseum, de Pedro Muguruza y Casto Fernández-Shaw, situado en el corazón de la Gran Vía de Madrid; o la Casa Sindical –actual Ministerio de Sanidad–, de Francisco de Asís Cabrero y Rafael Aburto, son ejemplos de buena arquitectura de vanguardia realizada por arquitectos adscritos al régimen. “Siguieron las directrices de la Escuela de Chicago. Se fijaban mucho en Nueva York, aunque lo más interesante que hicieron durante el régimen fueron las viviendas sociales”, añade Pallol. “La colonia de casas de la Virgen del Pilar (Avenida de América) fue una propuesta muy experimental, con nuevas técnicas de construcción que, al no representar al poder, se creaban con más audacia por estos arquitectos”, remata el historiador.
Palacio de la Prensa, del arquitecto falangista Pedro Muguruza, y el edificio Capitol, de los arquitectos Luis Martínez-Feduchi y Vicente Eced y Eced. GETTY IMAGES
“Respecto al Valle de los Caídos, desde el punto de vista arquitectónico, no vale nada, es plomizo, muy pesado, tétrico. No hay por dónde cogerlo. Lo único que tiene valor es lo paisajístico. El propio Muguruza tuvo que luchar mucho contra Franco, porque el dictador tenía un concepto mucho más caduco de la arquitectura y quería meter cruces por todos lados”, explica Pallol.
La recuperación y puesta en valor de estas construcciones realizadas en periodos dictatoriales en Europa también se cuestiona en Alemania con los restos arquitectónicos de los nazis. El último ha sido el Campo Zeppelin levantado por el arquitecto del Tercer Reich Albert Speer, en Nüremberg. Esta mole de 1934, inspirada en el Altar de Pérgado de origen helénico para ver los desfiles militares nazis, se cae a pedazos. Nadie se atreve a poner sobre una mesa los 70 millones de euros que costaría su restauración.
Campo Zeppelin levantado por el arquitecto del Tercer Reich Albert Speer, en Nüremberg. ALAMY
Fuente: El País - MARIO SUÁREZ